miércoles, 14 de marzo de 2012

El Quimbo y el desarrollo


En Colombia ha sido noticia el conflicto entre comunidades, empresa y autoridades, por la desviación del Río Magdalena, con el propósito de construir una represa. Todos conocemos los inconvenientes que trae a una comunidad el desplazamiento a una nueva región. Sin embargo, el problema no es exclusivo de las zonas rurales. Los proyectos de transporte masivo suelen acarrear esos mismos inconvenientes, y los beneficios que proporcione el proyecto no necesariamente disminuyen la incomodidad de la situación. No es simplemente un problema logístico, sino de desarraigo. Tampoco hace falta un análisis minucioso para entender los beneficios de una nueva represa. La diferencia es grande respecto de otros proyectos, como el minero que se asocian más fácilmente a intereses económicos particulares y a problemas de contaminación.

Las denuncias que se han presentado por parte del gobierno y la compañía constructora, en el sentido de que no todos los líderes de las protestas eran vecinos afectados, sino estudiantes y dirigentes  sociales de otras regiones, no le resta legitimidad al reclamo. Sabemos que se trata de un problema político, en el que se afectan los intereses de múltiples grupos, mientras otros buscan réditos personales para futuras elecciones. Pero no podemos desconocer que en el fondo hay un problema de comunicaciones. Si las empresas suelen ser las víctimas de las campañas mediáticas de quienes se oponen a los grandes proyectos de infraestructura, puede ser porque van a la zaga de los desarrollos en comunicaciones masivas y comunitarias. Tal vez sea el momento de revisar la política de bajo perfil que ha caracterizado a las grandes corporaciones, debida en buena parte a la mala fama que llevan a cuestas, debido a impactos sobre  comunidades y  medio ambiente en el pasado.

La realidad es que estos proyectos no son de interés exclusivo de las compañías. Si las máquinas están allí y se produce la desviación del río, es porque hay todo un plan de desarrollo avalado y promovido por el Estado, que le da legitimidad política y social a este esfuerzo. No tiene sentido que sigamos polarizando el desarrollo entre ambientalistas y capitalistas, como si los beneficios estuvieran divididos en función de posiciones ideológicas.

La capacidad que tengan las compañías de comunicarse con los múltiples grupos de interés, incluida la opinión pública, es decisiva para pasar la página en esta historia de desencuentros entre el progreso y la comunidad. Para ello, es necesario superar la estrategia de comunicaciones centrada en mostrar niños y mujeres felices y hábitats amigables. Si estamos dispuestos a defender el desarrollo, es porque sus beneficios son reales para los diferentes grupos de interés. Nadie ha dicho que los impactos son inocuos, pero eso no hace que la relación de costo beneficio sea negativa.

Tenemos que madurar, pues, el enfoque de comunicaciones corporativas en la materia, partiendo de la base de que las relaciones entre grupos de interés no es exclusivamente un problema de responsabilidad social, sino un asunto público, en el que muchos beneficiados tienen algo que decir a favor de dichos proyectos.

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