jueves, 29 de marzo de 2012

El riesgo y el consumo


Un amigo me recomendó un artículo de la revista Vanity Fair de enero, en la que se analiza el estancamiento de las formas artísticas y culturales en Estados Unidos durante los últimos veinte años (Yousay you want a devolution?). El autor sugiere que –con honrosas excepciones- la moda, los vehículos, los cantantes o las películas presentan el mismo patrón de diseño desde la década del noventa. De acuerdo con esto, si hoy viéramos a una persona vestida al estilo de los noventa, no nos parecería desactualizada o desadaptada, contrario a lo que sucede cuando vemos nuestras fotos de los sesentas o setentas.

El autor –Kurt Andersen- encuentra en este fenómeno dos grandes paradojas: la primera, el afán del ciudadano promedio estadounidense por mostrar su autenticidad, lo cual termina por reflejarse en la cultura del consumo en la que, en realidad, todos buscan lo mismo. La segunda, relacionada con la anterior, consiste en que la industria de consumo masivo busca estabilidad y predictibilidad para poder conservar sus niveles de producción. En consecuencia, se afecta la innovación.

Las políticas públicas juegan un papel muy importante en todo este comportamiento: vemos cómo entre los tomadores de decisiones, columnistas y académicos aún se discute la vieja disyuntiva entre intervención estatal y libre mercado, históricamente simbolizada por la disputa entre Keynes y Hayek. Pero no hemos tomado nota de la crítica de algunos filósofos al respecto, los cuales dicen que en realidad no hay mayor diferencia entre uno y otro, porque ambos se basan en una cultura materialista de consumo. Tal vez porque son filósofos no se les presta mucha atención. En su obra sobre el interés, la ocupación y el dinero, Keynes sostiene que el consumo es la finalidad última de un sistema económico. ¿Realmente es así? A continuación algunas consideraciones.

Si nos pensamos como consumidores antes que como empresarios, tendemos a la homogeneidad, porque el motor del sistema no es tanto la producción y disfrute de los bienes cuanto el afán de emulación de patrones sociales. Con esto se desestimula el riesgo, que es condición sine qua non del emprendimiento, porque si me concentro exclusivamente en garantizar mi bien-estar, lo primero que busco es proteger mi patrimonio, invirtiéndolo en papeles y no en el sector real. Así es como surgen las burbujas especulativas, mientras la economía cae en un estancamiento crónico porque es mucho más dispendioso echar a andar el encadenamiento propio del aparato productivo que generar una oferta de papeles en el mercado secundario.

En estos términos, el riesgo de la innovación en el sector real no reside tanto en el mercado como en la necesidad de encadenamiento: de nada sirve la producción de partes para vehículos si no se cuenta con el proceso de ensamble. En otras palabras, para que un sistema de innovación sea efectivo no sólo es necesario incentivar la producción científica sino la disponibilidad de toda una cadena de valor, y sabemos que en una economía altamente especializada un mismo operador no produce ambas cosas: el riesgo lo debe tomar más de un agente.

¿Estamos diseñando políticas públicas que favorezcan la asunción de riesgos y proporcionen a los emprendedores mecanismos para recuperarse de los errores? ¿Se ha tenido en cuenta este factor en el diseño de la política de emprendimiento? ¿Tiene dicha política el mismo peso que la destinada a atraer inversión extranjera, dirigida sobre todo a los sectores primarios de la economía? ¿Qué implicaciones tiene esto en un país en el que más del 80% del empleo proviene de la iniciativa de micro, pequeños y medianos empresarios?


¿Qué papel juega el encargado de la política pública para sacar a los agentes institucionales y de mercado de sus posiciones de comodidad, de modo que realmente se decidan a innovar? El artículo de Andersen constituye una importante alarma también para el caso colombiano, al momento de pensar en la Enfermedad Holandesa, o en eso que paradójicamente hoy llaman “la maldición de los recursos”. 

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